Claudia Ramírez, sanar con amor y vivir entre caballos
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- 6 ago
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Entrevista por Daniela Muñoz
Edición por Ricardo Ortega

En la vida hay amores que sanan y otros que no necesitan palabras, solo miradas, respiraciones suaves y el roce de una frente contra un hermoso finasangre. Así es la filosofía de la cuidadora Claudia Ramírez Leiva, quien dejó la típica vida ordenada y formal de una oficina para entregarse por completo a estos nobles animales que forman parte importante de su alma.
Madre, abuela y mujer de profunda entrega, encontró en la hípica un refugio para sanar su cuerpo y su corazón, y en cada caballo, un lazo único e irrepetible. Cada día, antes de que el sol asoma por nuestra ciudad, Claudia se levanta lista para traspasar todo su cariño en el trabajo. En un mundo donde el cuidado a veces pasa desapercibido, ella resiste con ternura y fuerza, demostrando que el amor verdadero se construye en el silencio y la dedicación.
Claudia actualmente trabaja en el corral del preparador Víctor Caballería, en el Valparaíso Sporting, donde su rol va mucho más allá del cuidado de los caballos. Ella los escucha, los comprende y los acompaña como una madre lo haría con sus hijos. Entre los ejemplares que tiene a su cargo están “Eres Dulce Amor”, “Corazón Noble”, “Ignacio Andrés”, “Merengón” y “Gran Cafrune”. A cada uno le entrega algo único: un gesto, una palabra, una rutina hecha con cariño. No busca reconocimiento ni trofeos; su mayor premio es verlos sanos, tranquilos y listos para ser felices en la pista de carreras.
“Yo no los cuido… los amo. Y ellos, aunque no hablen, me lo devuelven todos los días”, dice con una emoción que no puede ocultar.

¿Cómo llegaste a la hípica?
Veníamos a trotar con una amiga al Sporting, y fue mi actual pareja, Jaime Olguín, quien me mostró este mundo. En ese tiempo él trabajaba con Wilfredo Mancilla y yo llegué a ese corral como su amiga, aún no éramos pareja. Pero un día, Jaime me dijo: “¿Le gustaría venir a ver los caballos?” Y yo le respondí: “La verdad, me encanta, algún día te voy a tomar la palabra”. Pasaron casi dos meses y un día me volvió a invitar. Le dije que después de trotar iba a pasar. Y así llegué al corral de “Don Willy”.
Desde entonces se me hizo costumbre ir todos los días. Terminaba de correr y me iba directo a darle zanahorias a los caballos. “Don Willy” me abrió las puertas de su corral y me dijo que podía ir cuando quisiera. Empecé a llevarle zanahorias a todos y él comenzó a notar que tenía un feeling especial con ellos. Me decía: “Claudita, las puertas están abiertas, venga cuando quiera”.
Además, mi hija ama tanto a los caballos como yo así que me pedía ir a verlos. Entonces “Don Willy” nos tomó tanto cariño que incluso nos pasaba los ponys y algunos caballos de carrera para montar. Había uno que la Feña le puso “Bad Bunny”. Lo montábamos dentro del corral; yo arriba y ella caminando al lado.

¿Y cómo tomaste la decisión de entrar definitivamente a este mundo?
Jaime (Olguín) me enseñó su trabajo en solo una semana. A él justo le ofrecieron irse de cuidador y capataz con los caballos del Leontina, así que me preguntó si quería ir con él. Aún no éramos pareja. Yo le respondí que una cosa era darles cariño y otra muy distinta era trabajar con caballos. Sin embargo, él me dijo: “Yo le enseño el trabajo”.
En ese tiempo él cuidaba a Puerto Hamburgo, uno de los caballos con los que más tenía feeling. Me enseñó a agarrar una mano o una pata. Es muy distinto hacerles cariño desde afuera que estar con ellos dentro de una pesebrera.
Y así llegamos al Leontina. Tenía excelentes compañeros como Francisco, al que todos le dicen “Pecho e Palo”; a él lo quiero mucho, me enseñó un montón. Muchos no entienden su forma de ser, pero para mí fue clave. Siempre me defendía, porque este mundo es muy machista y no todos aceptan que una mujer trabaje en esto. Era la típica envidia, pero él siempre decía: “¡Cuidado con la Chimu!”. Me dice Chimu porque cuando me conoció yo trabajaba en una oficina, con tacos y traje. Y después me veía toda desordenada, con los pelos parados (ríe).
A mi hija le puso "La Espejito" y a la hija de Jaime, "La Pitusa".

¿Cómo fue ese cambio desde el trabajo de oficina a la hípica?
Sinceramente, fue un cambio que hice por amor. Lo que pasa es que yo no los veo como caballos, para mí son hijos. Si se enferman, es como si se enfermara uno de los míos. Cuando murió Starlink, sentí que se me había ido un hijo. O cuando se llevaron a Zucchero y a Double Black, que también cuidaba.
Cuando el jefe decide que hay que venderlos, trasladarlos o incluso sacrificarlos, se te viene el mundo abajo. Ahí es cuando uno se pregunta los motivos para estar aquí, ya que uno termina sufriendo por decisiones que toma otra persona.
¿Cómo es la relación con tus compañeros?
En general es buena, siempre he tenido una buena conexión con la gente que trabajo. Soy como la mamá de muchos. Les hablo claro; al pan, pan y al vino, vino. Muchas veces tengo que hablarles como hablo en la casa, como mamá.
Dejar la oficina fue una decisión muy difícil. Pasé de ganar un buen sueldo y estar impecable en una oficina a andar toda cochina. Hasta el día de hoy me cuesta. A veces, cuando hay carreras los miércoles, en la mañana voy a mi otro trabajo y luego tengo que llevar a los caballos a correr. Me cuesta ir sin ducharme, sin estar presentable. Pero aquí me siento libre.
¿En qué año comenzaste como cuidadora y cómo fueron tus inicios?
En 2019. Empezamos con los caballos del Leontina, en el corral de Ernesto Guajardo; él me sacó la patente. Luego, nos fuimos al Sumaya, donde Jaime (Olguin) era capataz. Entre los dos tuvimos a cargo 13 caballos y también trabajamos con el preparador Aníbal Norambuena.
Uno de los caballos de Jaime se llamaba Ticket de Cambio. No era muy bueno, pero era un amor. Si no le daba un beso en la mañana, no me dejaba tranquila. Yo pasaba por debajo de sus patas y él ni se movía.
Después Jaime se fue a Estados Unidos y llevamos nuestro caballo al corral de “Beto” Ferrero. Al principio yo solo iba a ver a mis caballos, pero un día “Beto” me dijo: “¿Será mucho pedir que cuide otros también?”. Yo le dije que solo iba a ver a los míos, pero me insistió porque veía la dedicación. Terminé cuidando seis caballos más.
Me tocó trabajar con Todd Pletcher en Estados Unidos. Luego, ya de vuelta, me vine con el “viejo” Víctor Caballería, que es un excelente patrón. Me respeta mucho y confía plenamente en mí. Nunca han tenido que decirme qué hacer, yo ya sé lo que corresponde. Acá tenemos un equipo súper acogedor, sin envidias. Si hay un problema, lo hablamos de frente.

Te veo una conexión especial en este corral con Eres Dulce Amor…
Sí, esa yegua es especial. Yo digo que es una enviada de Dios. El dueño deseaba que la cuidara antes de que la amansaran. Yo le decía que no montaba, pero él insistía: “Si usted la cuida, Jaime la va a montar”. Jaime ya no quería seguir amansando, pero aceptó por mí.
Yo le pongo alabanzas en la pesebrera y le hablo: “Tú te vas a llenar de energía porque en cada galope vas a sanar a alguien”. Me escucha, me mira y tuvimos una conexión desde el primer día.
Una vez me fui y ella dejó de comer. Volví, le hablé, y al día siguiente se comió todo. Me ha corrido dos carreras. La primera no se cuenta porque salió mal, tuvo muchos contratiempos y aún así logró llegar octava. Pero la segunda, me ganó con Piero Reyes. Ahí confirmé que ella era muy especial.
N. de la R: En la actualidad la ejemplar ha corrido cinco carreras, figurando cuarta en su última presentación disputada el 4 de agosto de 2025 en el clásico Bartolomé Puiggros, I etapa de la Triple Corona Local de los 3 años en el Valparaíso Sporting.

¿Crees que el trabajo de los cuidadores está invisibilizado?
Totalmente. El entrenador es la cabeza, claro, pero nosotros estamos en el día a día. Nosotros los curamos, caminamos con ellos, los cuidamos con amor. Por ejemplo, con Corazón Noble y Starlink yo llegaba a las 6 am y no me iba hasta las 8 pm porque sabía que debía ducharlos, caminar con ellos, hacer compresas. Es un sacrificio enorme.
Hay cuidadores que limpian y listo. Para mí no, esto es una responsabilidad. Sea barrer una calle o cuidar un caballo, siempre debes dar lo mejor de ti y más aún siendo mujer. La hípica es muy machista. Cuando una llega, te miran raro. Pero yo aprendí y trato de hacerlo bien.

¿Faltan más mujeres en la hípica?
Obvio que sí. Por ejemplo, en el Sporting hay mujeres que hacen muy bien su trabajo. Una de ellas es Linda, que también es cuidadora y trabaja con Rodrigo Silva. Ella tiene una conexión hermosa y muy especial con los caballos. Es un ejemplo a seguir, porque en Estados Unidos hay muchas mujeres y tenemos más dedicación, más cuidado y más amor.
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Yo no me voy si no les dejo las uñas con grasa o bien lavadas. Cuando viene el doctor Troncoso me dice que no ha visto cuidadores que les laven las uñas a los caballos con balde y yo lo hago. Es parte del cariño.

Nos llama la atención que siempre te vemos con un niño en los días de carreras, ¿nos puedes contar quién es?
Es Lucas, hijo de Elías, cuidador de Gonzalo Vegas. Cuando yo iba al corral de Tanytus él estaba ahí y empezó a hablarme de todos los caballos. ¡Se sabía el historial de todos! Hasta el peso. Me decía: “Tía, este ha corrido tantas veces, lo montó tal jinete”. Su papá dice que en vez de ver monitos, ve carreras. Le digo que está pintado para entrenador. Desde entonces me sigue a todos los corrales.
Hablé con su mamá y me autorizó. Yo soy estricta, pero me gusta enseñarle a los niños. Un día me dijo: “Tía, falta algo en la pizarra de llevadas... ¡yo po!” (ríe). Así que puse: “Claudia y Luquitas”.
Todos piensan que es mi hijo. El día que ganó Soul Queen, la veterinaria me preguntó si era mío. Le respondí: “Es mi hijo adoptivo”. Su mamá a veces le cambia permisos por notas y él está feliz. Me acompaña a todas.
¿Cómo compatibilizas tu rol de mamá con este trabajo?
Es lo que más me cuestiono. Jaime a veces se enoja porque no descanso bien, ya que tengo otro trabajo tres días a la semana, salgo temprano, voy al otro trabajo, vuelvo, llego a casa, cocino, limpio, plancho y a veces son las 11 de la noche y aún estoy en pie. Ahora recién estoy retomando el gimnasio, después de tres años enferma.
¿Le faltan horas al día?
¡Todas! Termino muerta, con dolores. Porque además soy mamá, abuela y cuidadora. A veces ayudo al “viejo” con más caballos, pero no me da el cuerpo. Antes llegué a cuidar siete.

¿Cuál ha sido tu mayor alegría como cuidadora?
Verlos sanos es más importante que ganar. Es emocionante ver a uno que daban por desahuciado volver a verlo ganar. Poder decir: “Lo logré”. El veterinario me dice: “A la Claudita no tengo que decirle nada”.
Gran Cafrune, por ejemplo, se lesiona una manito cuando corre. Busco mático, hago compresas, me esfuerzo. Con Corazón Noble tengo una conexión muy especial, volví después de mi enfermedad y sentí que me estaba esperando. A veces me pregunto qué hago aquí, pero ellos me responden.

¿Y tu pena más grande?
La muerte de Starlink me marcó mucho. Gente de otros corrales tiraba la típica “pela”: “¿Y cuándo se te muere tu caballo?”. Me daban ganas de pelear. No le deseo el mal a nadie, menos eso.
Perdí a mi segundo hijo. Sé lo que es ese dolor, y esto es parecido. Estuve dos semanas en que entraba a una pesebrera y lloraba. El “viejo” me preguntaba: “¿Qué te pasa, te pisó un caballo?”. Y no, simplemente me acordaba de él. No me entendían pero uno es distinta, tiene otra sensibilidad.
¿Cuál es tu mayor sueño en la hípica?
Me han ofrecido que me siga especializando y ser capataz, pero no sé si eso va conmigo. Yo soy feliz como cuidadora. Esa conexión diaria, estar en la pesebrera, que el caballo te escuche, eso me llena.

¿Cómo es un día completo en la vida de Claudia?
Me levanto a las 5:30 AM, a más tardar a las 6:00 AM; lavo ropa, cocino, dejo el almuerzo listo y a las 6:30 ya estoy en el corral. Tres días a la semana voy a otro trabajo a las 9:30 horas; vuelvo entre mediodía y la 13:00 hrs. Termino todo y no me voy hasta que esté impecable. Soy maniática con el orden. Reviso caballo por caballo.
Llego a casa, hago aseo, a veces voy al gimnasio y recién a las 21:30 horas puedo acostarme. El único día que descanso es el domingo. Ese día es para mí y para Dios; voy a la iglesia y le agradezco por mis caballos y por estar viva.
¿Eres feliz con este trabajo?
Sí. Yo creo que por eso volví. Ellos me sanan, como yo los sano a ellos. He pasado muchas cosas. Hoy, mientras te doy esta entrevista, tengo un aneurisma en la aorta, secuela de una operación. Estuve sin caminar, con dolor, pero venir acá fue una verdadera sanación. Caminaba con ellos aunque me doliera. Ellos me ayudaron. Son mi vida junto con mis hijos.
Me recargo de energía con los caballos. Es algo inexplicable. Incluso el finasangre más loco se queda tranquilo conmigo. Eso es impagable. Un día, el veterinario me dijo: “Tus caballos te necesitan”. Y yo creo que sí, si pudieran hablar, tendríamos grandes conversaciones.

Claudia, solo queda darte las gracias por la entrevista. Es una historia hermosa y es muy emocionante la conexión que tienes con los caballos.
Gracias a ustedes. Jamás pensé que daría una entrevista, y si mi historia sirve para que otras chicas se motiven a aprender este trabajo, o para que mis colegas traten mejor a los caballos, con eso me doy por pagada.
La historia de Claudia Ramírez es un relato de amor, lucha y sanación junto a sus caballos. Su vida es un ejemplo de entrega y pasión, donde el cuidado se convierte en un lenguaje más allá de las palabras. Una mujer valiente que busca inspirar a sus pares con un trabajo cargado de cariño.
Claudia nos recuerda que sanar también es un acto de amor profundo y verdadero.

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